Una de gatos

Por Arturo Ortega Morán

wallpaper-con-una-foto-artistica-de-un-gatoLa convivencia de los gatos con los hombres se remonta a tiempos muy antiguos; aunque, como dijo Jacquelin Mitchard, «A juicio de los gatos, las personas no somos más que muebles de sangre caliente». Además, han sabido dejar claro que pueden ser nuestros amigos pero no nuestros esclavos.

En la antigua cultura egipcia, los felinos gozaron de una gran estima que llegaba a la veneración. Tan así era que, quien mataba a un gato, aun por accidente, era condenado a muerte. Además, cuando un gato moría (a pesar de sus siete vidas), la familia vivía una gran desgracia, vestía de luto, hacía embalsamar al felino y lo colocaba en un sarcófago. Prueba de esto es que, en diferentes hallazgos arqueológicos, se han encontrado gatos momificados.

Como nada es para siempre, en la Europa medieval la reputación del gato cayó por los suelos: principalmente la de los gatos negros. Fue una época obscura; reinaban el temor y la superstición. Los felinos tuvieron la mala fortuna de que se les asociara con el demonio y la brujería, esto causó que muchos de ellos fueran brutalmente sacrificados. De esa época, aún nos queda la creencia de la mala suerte que tendremos cuando un gato negro se cruce en nuestro camino.

El acabose fue cuando en el siglo XVII, en España, se puso de moda hacer monederos con la piel de los gatos. De esto da fe el Diccionario de Autoridades (1726), donde dice:

Gato: Se llama también la piel de este animal, aderezada y compuesta en forma de talego o zurrón, para echar y guardar en ella el dinero: y se extiende a significar cualquier bolsa o talego de dinero.

De esta costumbre quedó la expresión hay gato encerrado, para decir que ‘hay algo sospechoso’. Aquí, gato no se refiere al felino, sino al monedero que se llevaba oculto para no despertar tentaciones; con la consabida actitud sospechosa del portador. En Venezuela suele oírse la variante aquí hay gato enmochilao.

Ya que hablamos de huellas de gato en el lenguaje, otra la encontramos cuando decimos: no le busques tres pies al gato. Se usa para dar consejo a quien, por su cuenta, busca complicarse la vida. La expresión es antigua, sólo que en el siglo XVII le buscaban no tres, sino cinco o siete pies al gato. De esto dejó noticia Gonzalo Correas, quien en 1627 documentó esta divertida fórmula coloquial de las conversaciones de antaño:

—Buskáis zinko pies al gato, i él no tiene más de cuatro.

—No, ke zinko son kon el rrabo (decía el otro para defenderse).

 El caso es que, quien le busca tres, cinco, o siete pies al gato, seguro que no conoce la aguda observación de Aristóteles, que en Historia de los animales dice: «Los animales pueden tener patas o no tenerlas; pero si las tienen, las tienen siempre en número par».

En México, despectivamente, solemos llamar gatas a las empleadas domésticas. Algunos creen que el mote viene de cuando los antiguos sirvientes limpiaban los pisos a mano, para lo cual tenían que andar a gatas. No deja de intrigar que el famoso cuento de La Cenicienta, en su primera versión europea (antes de la de Perrault), se llamó La gata Cenicienta. Fue publicada por el napolitano Giambattista Basile en 1634. En este cuento, Zezolla se llamaba la protagonista y, a partir de que se le obliga a fungir como sirvienta, su madrastra y hermanastras la llaman… gata cenicienta. ¿Coincidencia?

Los gatos seguirán conviviendo con nosotros y tal vez no sea mala idea hacer caso a Derek Bruce, cuando nos dice: «Para mantener una verdadera perspectiva de lo que valemos, todos deberíamos tener un perro que nos adore y un gato que nos ignore».