Nuestro Año

Por Arturo Ortega Morán
En el último minuto del 31 de diciembre, doce campanadas son fondo del entusiasmo desbordado que celebra el fin de un año y el inicio de otro. Tantos siglos han pasado desde que esto ocurre, que no podemos imaginar que nuestro año podría comenzar en cualquier otra fecha. Pero, ¿tú sabes por qué empieza cuando empieza?

Antiguas civilizaciones como los babilonios, los egipcios y los mayas en América, eran grandes observadores de la naturaleza. Percibieron que la duración de la luz solar no era igual todos los días, entendieron su variación y así lograron tener conciencia del ciclo del sol.

En esa eterna lucha entre la luz y la obscuridad, un día especial era aquel en que la noche era más larga, solsticio de invierno lo llamaron los romanos. A partir de ese día, el sol que parecía moribundo, renacía y progresivamente habría más tiempo de luz y calor. Esto despertaba la esperanza de que ya vendrían los días buenos y  los corazones se llenaban de alegría.

Llegó el tiempo en que mentes despiertas pudieron contar los días transcurridos entre dos solsticios de invierno y supieron que eran aproximadamente 365. Así nació el concepto de año, del latín annus.

Los antiguos romanos, con menos habilidad para contar, al principio adoptaron un calendario de 355 días al que dividieron en diez meses. Este año comenzaba el primero de marzo, fecha en que celebraban la fundación de Roma. Julio Cesar, consciente de lo defectuoso de su año, tomó el modelo egipcio de 365 días y un cuarto (año 45 a.C.),  para lo que tuvo que agregar los meses de enero y febrero;  ya entrado en cambios, propuso que el año iniciara el día del solsticio de invierno (hoy 21 de diciembre). Este día era de gran importancia para los romanos, ya que celebraban la fiesta del Sol Invictus (Sol Invencible), que vendría a ser algo así como la navidad romana.

«Eso le va a encantar al Sol»- dijeron unos- «pero…  ¿y la Luna?» -preguntaron otros-, que consideraron peligroso menospreciar a Diana, a quien atribuían una influencia importante en la vida terrenal. En ese año, la luna nueva apareció diez días después del solsticio de invierno y, el senado, conciliando intereses, aprobó que fuera este día cuando iniciara el nuevo año. Así, y desde entonces, celebramos la llegada de un nuevo año diez días después del solsticio de invierno.

Como el calendario adoptado contemplaba una duración del año de 365.25 días, Julio César también propuso que cada cuatro años durara 366 días, para de este modo compensar la fracción perdida. Nacieron así los años bisiestos.

Es de justicia decir que en todo este asunto, Julio Cesar era el de la iniciativa, pero el que hizo la chamba matemática fue el astrónomo griego Sosígenes de Alejandría, que fue a Roma con esta encomienda. Honor a quien honor merece.

El calendario llamado Juliano, funcionó bien al principio y se mantuvo sin alteración por mucho tiempo. Fue hasta el siglo XVI cuando observaron que el invierno real ya no coincidía con el teórico. Es que, en realidad, nuestro año dura 365 días 5 horas 48 minutos y 46 segundos. El modelo Juliano suponía que duraba 365 días y 6 horas; esto hace una diferencia de 672 segundos por año. Al paso de los siglos, la diferencia se hizo notoria.

Fue el papa Gregorio XIII quien en el año de 1582, decidió compensar los días de error acumulados, y  el día siguiente al 4 de octubre, amanecieron con la gran noticia de que ya era quincena (15 de octubre). O sea que los días del 5 al 14 de octubre de 1582, ¡no existieron! Además, el Papa propuso que se eliminaran los años bisiestos que correspondían al inicio de siglo, excepto aquellos años divisibles por 400. Con esta corrección, el error se redujo a 43.2 minutos por siglo. De estos cambios, nació el llamado calendario gregoriano que es el que hoy nos rige.

Esta es, a grandes rasgos, la historia de nuestro año, cuyo inicio es hasta cierto punto caprichoso. Pero, no quiero ser aguafiestas y me uno al deseo de que en el nuevo año a nadie le falte paz, salud ni trabajo; pero principalmente, que no nos falte actitud para no dejar sólo al azar lo que será de nosotros en el nuevo ciclo. También es bueno tener presente que, es nuestra decisión en cualquier momento, empezar nuestro particular “año nuevo” para llenar de propósitos nuestra vida.