Palabras en las entrañas

Por Arturo Ortega Morán

En algún momento de la segunda mitad del siglo XIX, en la escuela de medicina de Austria, jóvenes candidatos a médicos presentaban un examen. Joseph Hyrtl, prestigiado anatomista de la época, preguntó a uno de ellos: “¿Qué puede decirnos sobre la función del bazo?”. Nervioso, el joven contestó: “Profesor, lo sabía muy bien, pero lo he olvidado”. Con sorna, Hyrlt le replicó: “¡Criatura miserable! Eras la única persona en el mundo que lo sabía ¡y se te ha olvidado!”. Sea esta anécdota, la puerta para entrar a buscar palabras que habitan en nuestras entrañas.

Aunque hoy sabemos que el bazo es parte del sistema inmunológico, por milenios esto fue ignorado. No obstante, tenía un lugar importante en la antigua y duradera creencia de que en el cuerpo humano había cuatro humores ―de humoris ´líquido, humedad´―, que regían el carácter de las personas.

Uno de ellos era la bilis negra, se pensaba que se producía en el bazo y que cuando era dominante, producía tristeza, pesimismo y mala voluntad, ¡vamos!, lo que hoy llamamos depresión para no decir tantas palabras. De eso ha quedado que, de quien sin sensibilidad se burla de las desgracias ajenas, digamos que tiene un “humor negro”. Esta circunstancia también es origen de “melancolía” ―del griego mélanos ´negro´ y kholé ´bilis´―, en su origen, el que está triste por ser dominado por la bilis negra. Les dejo de tarea buscar la, poco usada, palabra “atrabiliario” que es hija de lo mismo.

Los otros humores eran: la sangre, que se asociaba al corazón y  cuya dominancia provocaba un carácter impulsivo, valiente y amoroso; la bilis amarilla, producida en la vesícula biliar y que generaba un carácter colérico ―del griego kholé ´bilis amarilla´―, de ahí nos quedó la palabra cólera; la flema ―del griego phlegma ´mocos´― que, según la creencia, se producía en el cerebro, asociada con un comportamiento pasivo y tranquilo, todavía hoy a quienes son así los llamamos flemáticos.

La salud dependía de un equilibrio entre los cuatro humores y, de quien lo consguía, se decía que tenía “buen humor”, en caso contrario, se vivía con “mal humor”, frases que subsisten aunque ya sin el sentido médico. De ahí también llamaron humoristas a una especie de “médicos” que, con humorismo, propiciaban el buen humor.

Volviendo al bazo, este está situado en una cavidad abdominal que los griegos llamaron hipocondrio ―de hipo ´debajo´ y khondrios ´cartílago´―, o sea, es la región debajo de las costillas falsas. En origen, un hipocondríaco era el que estaba enfermo del hipocondrio, es decir, era dominado por la bilis negra y por lo tanto vivía triste y deprimido, pensando que todos los males lo acechaban. Con el paso del tiempo, solo un brinquito para pasar a nombrar a los enfermos imaginarios.

Quienes conozcan la poesía “Reír llorando” de Juan de Dios Peza, recordarán un verso que rezaba:

 Víctimas del esplín los altos lores,

 en sus noches más negras y pesadas,

 iban a ver al rey de los actores

 y cambiaban su esplín en carcajadas

Esplín, otro modo de llamarle a la depresión que, aunque nos llegó del inglés spleen, también tiene relación con nuestra historia. En la antigua Grecia, quienes tenían molestias en el bazo se ponían una venda ―splénion en griego― para mitigar el dolor. De esta práctica quedó que el bazo tomara este nombre y dejó huellas en el inglés, donde bazo se dice spleen. De modo que, de quienes vivían tristes, cansados, ojerosos y sin ilusiones, dominados por la bilis negra, se dijo que padecían spleen que luego en español se escribió esplín.

El bazo, por su color, tomó nombre de badius, que en latín era ´amarillo oscuro´. De la misma voz derivó bayo, para referirse a los caballos de esa tonalidad y de ahí también ´pan bazo´ que luego se dijo pambazo, el pan hecho con harina sin refinar y de color moreno, lo que hoy llamamos ´pan integral´.

Ya lo ven, las palabras están por todos lados guardando nuestra historia, las encontramos hasta en nuestras entrañas, solo es cuestión de ir a buscarlas.

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