Epónimos

Yo cantinfleo, tu cantinfleas,...

Por Arturo Ortega Morán

Hay personas que sin proponérselo, guardaron en su nombre el signo que las distinguió y lo convirtieron en palabra…

Así, cuando oímos que aquello fue un espectáculo dantesco, evocamos el recuerdo de Dante Aligheri y el del miedo que provoca su Divina Comedia; o, si se presenta una situación kafkiana, surge la huella de Franz Kafka y la angustia de lo absurdo, que conocimos en su obra.

A estas palabras que surgen del nombre de una persona o de un lugar evocando su historia, las llamamos epónimos; voz de origen griego que significa ´sobre el nombre´, de epi (encima, sobre…) y onomos (nombre).

Los hay de todos colores y sabores, y algunos de ellos, son verdaderamente sorprendentes.

Así es la palabra que nos dejó, el acróbata francés, Jules Léotard (1838-1870), que por actuar siempre con medias de lana, dio nombre a la prenda imprescindible para quienes estudian danza y que hoy llamamos leotardo.

Ya que estamos con los franceses, curiosa también es la voz silueta que significa: «Dibujo sacado siguiendo los contornos de la sombra de un objeto».

Étienne de Silhouette (1709-1767), contralor general de finanzas, fue un funcionario que abondonó su cargo dejando muchos proyectos sin terminar. De ahí quedó que el ingenio popular, a las tareas inacabadas las llamara “tareas a la silhouette”; aunque la expresión pasó de moda, se mantuvo en el argot de la pintura para referirse al esbozo de un retrato.

Cursi, es adjetivo para quien, por buscar la elegancia, cae en lo ridículo y en el mal gusto. Se cuenta que el término proviene de la inversión del apellido «Sicur» de una familia francesa que, a principio del siglo XIX, arribó a la ciudad española de Cádiz en donde adquirieron fama de presumidos. Los gaditanos tuvieron la delicadeza de darle vuelta al apellido para poder hablar de ellos, sin que se dieran cuenta.

De donde menos lo esperamos brotan los epónimos, como las barrabasadas que todos alguna vez hemos cometido. La palabra nace en recuerdo de Barrabas, aquel ladrón que fue indultado en el año 33 d.C.

También en América hace aire, y de este continente podemos contar que William Lynch, era juez en un pueblo de Virginia en Norteamérica. A fines del siglo XVIII, harto de tanto crimen e impunidad, formó una agrupación para acabar con los delincuentes. Siguiendo la línea de que, todos son culpables hasta que se demuestre su inocencia, los sospechosos eran llevados ante un falso tribunal que sin más, los sentenciaba a morir ahorcados. Así, Lynch dio su nombre al verbo linchar, que significa «ejecutar sin proceso legal».

No está usted pa`saberlo ni yo pa`contarlo, pero mejor si se lo cuento, porque todo mexicano debe saber que también de México han salido epónimos mexicanos, como el que le debemos, y no se lo hemos pagado porque ya se murió, a Mario Moreno «Cantinflas». En todo el mundo hispano, se sabe del verbo cantinflear que ya ocupa su lugar en el diccionario.

Muy larga es la lista de los epónimos que existen en nuestro lenguaje: América, guillotina, nicotina, sándwich y un largo etcétera. No obstante, siempre hay lugar para uno más, ¿qué harías tú para hacer de su nombre un epónimo?