Palabras en los ojos

Por Arturo Ortega Morán

¡Ay, los ojos!, esas rendijas delatoras. Por ahí se asoman las emociones, los sentimientos y las intenciones. No pueden ocultar  la ternura y el amor, pero tampoco la envidia, el odio y la mentira. Irradian el gozo y hacen brotar la tristeza empapada. No es raro entonces, que de ellos se hayan escrito mil poemas y cantado mil canciones. Tampoco es raro que hayan dado al lenguaje mil palabras.

La huella más antigua de su nombre se adivina en *okw, voz que pronunciarían pueblos que antecedieron a griegos y romanos. De ahí en latín se dijo oculus, y en castellano ojo. Luego palabras como antojo o antojito, lo que se pone ante los ojos y que por deseable, no podemos dejar de ver. De construcción similar: anteojos, el artefacto que ponemos delante de nuestros ojos, para ver mejor y que también llamamos lentes y antes antiparras. A la ranura por la que pasa un botón la llamamos ojal, porque nos recuerda a un ojo. Otra voz curiosa es la que nombra a las hierbas espinosas: abrojo ´abre los ojos´, de la advertencia a los recolectores de hortalizas para evitar tocar a una de estas plantas.

Por el lado griego, *okw mutó a *op y en esa lengua vista se dijo opsis. De ahí han quedado varias palabras que conservan esa huella genética: algunas obvias como óptica y optometrista; otras no tanto, como piropo (pyr-op, ´mirada de fuego´) aunque ya se sabe, a la mirada le sigue un galanteo; autopsia, que literalmente significa ´ver por uno mismo´, en este caso a un cadáver para saber la razón de su muerte; en sinopsis y sinóptico hay la idea de ´ver todo junto´ y obispo, que derivó de epíscopus,   es en la iglesia católica el visor, que se asegura de que las cosas estén bien.

De antiquísimo origen, es la creencia viva del daño que podemos hacer con la mirada. “Mal de ojo” se dice hoy, pero antes se usaron otras voces para decir lo mismo: aojar, aún oída en algunas regiones rurales. Los latinos decían inoculare (in-oculus, ´introducir un mal por los ojos´), y de ahí inocular pasó al argot de la medicina como ´introducir gérmenes para crear defensas´, se conserva la idea de introducir un mal, pero ya no por los ojos. El mismo origen tiene envidiar, del latín ínvidere (in-videre, ´meter la vista a alguien, mal de ojo´), voz que nació con la carga negativa de querer hacer daño, aunque hoy se habla de “envidia de la buena”, ¿acaso la hay?… cosas del lenguaje.

Los defectos de los ojos también dieron palabras curiosas: miope viene del griego (my ´guiñar´ y op ´ver´) y, así es, quienes padecen este desorden entrecierran los ojos para aspirar a ver mejor. Tuerto es hoy quien ha perdido un ojo, pero no fue antes así, el tuerto original era el de vista torcida, al que hoy llamamos bizco, palabra que procede del latín versicus (de vertere, lo que se tuerce). Las cataratas oculares son una bella metáfora, los que las padecen ven las cosas difusas, como si estuvieran atrás de una caída de agua.

Mirar viene del latín mirari, que en su origen tenía el sentido de sorprenderse con lo que se ve, idea que se conserva en admirar. También de la familia es milagro ´hecho sorprendente´, tanto que hoy se lo adjudicamos a la acción divina. En latín era miraculum y en castellano primero se dijo miraglo, pero por la dificultad para pronunciar, quedó en  milagro.

Muy prolíficos son los ojos. De ellos muchos poemas, de ellos muchas canciones, de ellos muchos refranes y también muchas palabras a las que, este breve espacio, apenas alcanzó para echarles una ojeada.