La historia vieja de las palabras nuevas

Por Arturo Ortega Morán

zapatos-nuevosHay cosas nuevas que, cuando nos llegan, nos hacen sentir bien. Algunas tienen la virtud de hacernos creer que somos importantes: un auto, una casa, un celular o hasta unos zapatos; son cosas que cuando las tenemos, nos apresuramos a mostrarlas porque sería sentimiento vano si los demás no se enteraran.

Hay otras que vienen y  son puertas para nuestras esperanzas: un nuevo empleo, una nueva pareja, un nuevo proyecto o también un nuevo año; cuando aparecen queremos creer que nos conducirán por caminos luminosos, sembrados de felicidad. En cualquier caso, ya sea porque alimentan nuestro ego o porque alimentan nuestros sueños… hay cosas nuevas que nos hacen sentir bien.

Lo nuevo no llega solo, lo acompañan emociones, es la sorpresa de conocer lo que ignorábamos, de tomar posesión de objetos que serán nuestros tácitos esclavos o perturbadoras situaciones que guardan el misterio de lo que vendrá. Así ha sido desde siempre y de esta circunstancia nació ´nuevo´, una palabra que cuenta una historia vieja.

Los estudiosos del lenguaje, tras sesudos estudios, han concluido que hace mucho tiempo, digamos unos ocho milenios, en una región de lo que hoy es Turquía existió un pueblo cuyos habitantes caminaron mucho, algunos de ellos a distintas regiones de Europa y otros hacia tierras asiáticas. A falta de un nombre, se los ha llamado indoeuropeos. Su lengua fue madre del griego, del latín, del inglés, del alemán, del ruso y otras lenguas que se hablan o se hablaron en Europa. En Asia también dejaron descendencia: el sánscrito, el hindi, el cingalés y el persa, entre otras.

El caso es que estos amigos indoeuropeos, ya tenían una palabra para expresar su asombro cuando se enfrentaban a lo que les era extraño. Debió sonar algo así como *newo y de ahí diferentes bocas le fueron dando distintas pronunciaciones: en sánscrito se dijo náva, en irlandés antiguo nûe, en griego neos y en latín novus.

En castellano podemos reconocer esta palabra madre en el adjetivo ´nuevo´, pero también en otras voces como: novel, el principiante de cualquier arte u oficio; novela, que nos llegó del italiano (novella) y que nombra a una nueva historia; renuevo, el vástago que echa el árbol que ha sido podado, mientras que renovar es la ilusión de dejar algo como cuando estaba nuevo.

A las cosas que por primera vez se nos muestran les decimos novedades o que son novedosas y cuando innovamos es cuando justo introducimos novedades en algún proceso. De la familia también son: novillo, el toro nuevo que tiene de dos a tres años; novillero, el torero principiante que se limita a lidiar novillos; novicia, la recién llegada a un convento y que deja de serlo hasta que profesa; novios, que aunque hoy son los que aspiran a unirse en matrimonio, en Roma eran los nuevos cónyuges y eso explica la palabra; cerramos esta sarta de voces de origen latino  con novato, el que se inicia en una actividad y suele ser víctima de novatadas.

Por el lado griego nos llegó neo, prefijo de muchas palabras, como: neoliberal, neoclásico, neolonés y neologismo. Otra palabra de origen helénico es neófito (neo-phytos) que literalmente significa ´los nuevos plantados´ y que nombraba a los recién convertidos a una religión, aunque coloquialmente hoy se aplica a quien es nuevo en cualquier actividad y por lo tanto inexperto.

Hay quien opina que es redundante decir que se aprende algo nuevo, después de todo, si se acaba de aprender necesariamente nos debe resultar nuevo. Cuestión de enfoques, porque hay veces que aprendemos cosas viejas, como la añosa historia de estas “palabras nuevas”.