Palabras mayores

Por Arturo Ortega Morán

 ¡Esas son palabras mayores!… así solemos decir cuando nos referimos a algo muy serio, importante o que consideramos fuera de nuestro alcance. Pero, ¿por qué palabras y por qué mayores? Para responder esta pregunta hay que buscar en los reinos españoles de los tiempos medievales.

Como a cualquiera de nosotros, a los habitantes de dichos reinos no les gustaba que les dijeran cosas feas, pero había en particular cinco palabras que, cuando se las decían, los ponían negros del coraje y entonces sí ardía Troya:

Gafo: Otra forma de llamar a los leprosos. El nombre viene de gafa, que se asocia con instrumentos en forma de gancho, como las gafas que enganchamos en nuestras orejas.  Se les dijo así a los leprosos por el encorvamiento de manos que producía la enfermedad.

 Sodomético:Así nombraban a los homosexuales, llamados así por el influjo de Sodoma, ciudad bíblica que según el Antiguo Testamento fue destruida por las perversiones de sus moradores.

 Cornudo: Como hoy, así decían al que su mujer le hacía de chivo los tamales. Este adjetivo es antiquísimo y se ha explicado con diferentes hipótesis, tantas que merece su propio artículo, así que por hoy… ahí lo dejamos.  

 Traidor: El que no era leal súbdito de su rey, acusación que además de deshonrosa era peligrosa. La palabra tiene origen en el verbo latino tradere (trasmitir, entregar)  y que por cierto comparte origen con la palabra tradición (lo que se trasmite de generación en generación).

 Hereje: El que niega los dogmas de la religión. La palabra tiene antecedente en hairein, verbo griego cuyo sentido es ´escoger´; de ahí hairetikós ´capaz de escoger´; tomando luego sentido peyorativo al relacionarse con ´el que escogió algo diferente a lo aceptado´.  Pasó al latín como haereticus y de ahí hereje, ya propiamente: ´el que elige un camino distinto al marcado por los cánones religiosos´.

Bueno… acabas de conocer a las palabras mayores, las originales, las cinco verdaderamente grandes. En la antigua España, proferir a un prójimo alguno de estos insultos, era aceptar el riesgo de enfrentar un duelo a muerte o en el mejor de los casos, enfrentar un juicio legal que normalmente desembocaba en severos castigos para el ofensor.

El impacto que tenían en la cultura peninsular estas palabras ofensivas, se marcó en la «Nueva Recopilación» (de las leyes de Castilla)  promulgada por Felipe II en 1567.  Ahí se mencionan las cinco palabras especificando las penalidades a que se hacía acreedor el ofensor que se atreviera a usarlas. Aquí un fragmento en el que se agrega una sexta palabra que parece hacer honor a la mujer, pero más bien lo hacía a su marido (al de ella no al de usted):

 Cualquiera que á otro le dixere:  gafo  o sodomético, o cornudo, o traidor, o herege , o puta á muger que tenga marido, desdígalo ante el Alcalde y ante hombres buenos, al plazo que el Alcalde le pusiere; y pague trescientos sueldos…

Curiosa la prohibición de decir puta  sólo a las mujeres casadas; o sea que con las solteras no había problema. Es claro que a quien se trataba de proteger del insulto no era tanto a las mujeres, más bien…  a los maridos.

Así vemos que las palabras mayores en su origen fueron insultos, grandes insultos y de ahí lo de mayores. Todavía hoy, el diccionario (DRAE)  conserva esta definición:

 «Palabras mayores: Las injuriosas y ofensivas.»

Un ejemplo de su  antiguo uso lo hallamos en un fragmento de «Rinconete y Cortadillo» de Miguel de Cervantes, 1613:

 «No pase más adelante, caballeros; cesen aquí palabras mayores, y desháganse entre los dientes; y pues las que se han dicho no llegan a la cintura, nadie las tome por sí…»

Al parecer, fue en el siglo XIX cuando «palabras mayores» empezó a usarse como metáfora de ´cualquier cosa importante´, ya sin el concepto de ofensa, y así es como seguimos usando la frase hasta el día de hoy.

¡Ya ven! Ahora sabemos que hubo un tiempo en que las palabras mayores… realmente fueron palabras.