Por la boca muere el pez

Por Arturo Ortega Morán

Hay palabras que acarician, pero también las hay que hieren, de estas palabras punzantes que escapan de nuestra boca, la sabiduría popular nos advierte con los dichos: “en boca cerrada no entran moscas”, “palabra que se suelta, no puede recogerse”, “quien mucho habla, mucho yerra” y “por la boca muere el pez”. Ya mucho se ha escrito sobre estas verdades, así que giremos el tema para ver un ángulo que nos muestra otro modo en el que el pez puede morir por la boca.

De nuestros padres heredamos la llamada lengua materna, aprendimos palabras, frases, sonsonetes y también ciertos sonidos (fonemas), aunque hay otros que no aprendimos. Por eso, cuando hablamos una lengua extranjera, por más bien que la estudiemos nunca la pronunciaremos como los hablantes nativos. Lo increíble es que esa incapacidad de pronunciar fonemas que no nos son naturales, haya costado la vida a miles de seres humanos.

Iniciemos esta historia abriendo la Biblia en el capítulo 12 de “El Libro de los jueces”.  Ahí se narra cómo, por no poder pronunciar la palabra “Chibbolet” (en hebreo ´arroyo´), 42000 hombres de la tribu de Efraín fueron degollados por los galaaditas. Textualmente dice:

 “Y los galaaditas tomaron los vados del Jordán a los de Efraín. Y aconteció que cuando los fugitivos de Efraín decían: “Dejadme pasar”, los hombres de Galaad preguntaban: “¿Eres tú efrateo?” Y si respondía: “No”, le decían: “Ahora, pues, di Chibbolet“. Y él decía: “sibbolet” porque no podía pronunciarlo correctamente.  Entonces le echaban mano y lo degollaban junto a los vados del Jordán. Y murieron entonces de los de Efraín cuarenta y dos mil”.

No fue ésta, una anécdota aislada. La historia de “Sibbolet” se repitió en el año 1282. Sicilia, isla mediterránea, era dominada por los franceses. En ese año, se produjo una revuelta popular conocida en la historia con el nombre de “Vísperas sicilianas”, los isleños sublevados arremetieron contra los franceses y, cuando alguno decía no serlo, le hacían pronunciar la palabra “cicero” (garbanzo), y si pronunciaba “ciceró”, con acento en la última sílaba, era señal indudable de su origen y entonces era pasado a cuchillo.
En tiempos más recientes, un hecho similar se vivió en Tokio, durante el terremoto de 1923, al que siguió un gigantesco incendio que destruyó casi la tercera parte de la capital. En una irracional reacción, los japoneses culparon a los coreanos de esta tragedia, matando a muchos de ellos.  Si alguien negaba serlo, se le hacía pronunciar la frase  jyugoen gojyussen (15 yen 50 sen; una cantidad de dinero) que los nativos de Corea no podían sino pronunciar  chugo en kochussen. Así, de su boca salía su sentencia y ese día cerca de 6000 coreanos fueron asesinados.

Así que ya ven, hay palabras que acarician, hay otras que hieren y también las hay  que provocan que por la boca muera el pez.