Palabras en vela

Publicado en El Horizonte (24/11/2013)

Por Arturo Ortega Morán

Se supone que la noche es para dormir, pero qué difícil es hacerlo cuando acechan los peligros nocturnos. En estos casos, una buena solución es que alguien sacrifique su sueño y se mantenga alerta para avisar de cualquier riesgo a los desvalidos durmientes.

Para referirse al ancestral acto de cuidar el sueño de los otros, en latín se dijo vigilare, voz que derivó de la antigua raíz *veg que encerraba el concepto de vida, de lo que tiene vitalidad, como en las palabras vegetal y vigor. Esto hace pensar que ya existía la idea de que el sueño es una muerte chiquita y, los centinelas, al permanecer despiertos mantenían su vitalidad. Así que, muy apropiado que los llamaran vigías o vigilantes que son variantes de la misma idea: ´los que tienen vitalidad nocturna´. Por cierto, en la voz centinela, que nos llegó del italiano sentinella, se guarda la misma idea ya que viene del latín sentire (sentir, percibir), o sea que el centinela es el que siente, el que percibe y para eso hay que estar “muy vivito”.

Con un pequeño ajuste fonético, de vigilare en castellano nació el verbo velar y de ahí se dijo pasar la noche en vela, es decir, vigilando; y quien ejercía estas funciones pasó a ser el velador, por no decir vigilador. Palabras relacionadas son desvelar (estar en vigilia o sea pasar la noche con el ojo pelón) y velatorio (lugar para velar a los difuntos). Vale aclarar que hay otras palabras que parecen de esta familia, pero no lo son, como: revelar, develar, vela de barco y otras que más bien son parientes de velo, el objeto de tela que cubre sutilmente.

Es muy comprensible que a quien pasa la noche en vela, no le sea muy agradable hacerlo a oscuras, y en tiempos antiguos, cuando la luz eléctrica no existía ni en sueños, la iluminación se conseguía con una mecha envuelta en sebo o cera que, por ser instrumento indispensable para velar, pasó a llamarse vela. La parte expuesta de la mecha, se conoce como pabilo, que suele cubrirse de ceniza disminuyendo la intensidad de la flama y, para recuperarla hay que despabilar la vela, es decir quitarle la ceniza. Por eso hoy, cuando coloquialmente decimos que nos despabilamos, en sentido figurado damos a entender que nos damos una sacudidita para intensificar nuestra vitalidad.

En el lenguaje popular se han acuñado dichos que involucran a la vela. Entre ellos: “quién te ha dado vela en este entierro” y “yo no tengo vela en este entierro”, que aluden a la costumbre de llevar una vela a un sepelio; aunque hay quienes distorsionan el dicho y se convierten en cómicos involuntarios cuando de su boca sale: “yo no tengo vela que me entierren”. Otro dicho reza: “si una vela se te apaga, que otra te quede prendida”, para decir que en el amor y en los negocios no hay que depender de una sola opción.

En fin, es interesante encontrar que en la palabra vela se encuentra la raíz *veg que guarda el concepto de vida, de vitalidad. No por nada, los poetas suelen hacer de la vela una metáfora de la vida… que un día se enciende y transcurre su tiempo oscilando entre la opacidad y la brillantez, pero siempre expuesta a, en cualquier momento, ser apagada por los vientos del destino.